Ese mar que contemplo
desde mi otero cósmico
no es el mar de los poetas.
En él no hay caracoles,
ni peces de colores,
no hay playas con mujeres hermosas
ni veleros ni gaviotas.
El mar de este tiempo es diferente.
En lugar de mercantes,
de cruceros fantásticos
y de cables con fibras submarinas,
hay olas negras,
aguas muertas,
los vertederos acaban
con los peces y el plancton.
Muere la vida sin remedio,
como si pintaran de blanco
las células del océano primigenio.
Enfurecido por la ofensa,
las lágrimas de ese mar, años después,
se convierten en aguas congeladas
que sumergen las orillas habitadas
y sepultan las esperanzas de los hombres
de carne y hueso y los monumentos
de su gloria.