Nací del interior del inframundo,
y colgada en lianas mis raíces,
de una flor azul, estrella suspendida,
entre sombras nocturnas del árbol
y bajo una luna roja de sangre.
Mis pasos, entre brozas, enmudecen.
Ojos visionarios guiados por cosmos.
En la piel, ungüentos de achote y cacao,
líneas rojas, son caminos que vivo,
ancestros, en una historia alineada,
desde mi sangre a mis pechos descubiertos,
panes o soles al aire de un maizal.
Lánguidos se deshilachan cabellos,
con plumas de turpial y papagayo,
esa piel de mono que cobija mi pubis,
tenso el arco de una tripa de cabra.
Telar que trabajo con pies, manos,
donde enrosco fiques, hojas y yutes.
Del barro del río cuezo, recuezo,
soplo y resoplo, leños en fogata.
Mi tiempo no se mide,
se consume como agua de paso
por una fuente o por el río.
Me albergo despierta casi durmiente
entre instantes de un sueño en letargo,
las nubes, gota a gota me besan las entrañas.
Un torrente recorre mis llanuras,
se adormece la luna entre mi pelo,
arrullo columpiado en las pupilas.
La oscura noche, es más noche y más negra,
cutis donde luces y cantos son flamas,
flamas son elevadas en el éter.
Me alojo casi despierta en mi lecho,
que es vientre que cuelga entre vigas,
miro mil ventanas de colores,
pegadas como estampas y anaqueles,
imagino alas, vuelos jamás hechos.
Navegar el tierno río que hiere,
un llanto ciego, sollozos en distancia,
que parten hacia el viaje sin regreso.
No hubo tiempos que inventar en muchos siglos,
ni trépidos relojes exactos,
construidos piedra a piedra con dientes
del conejo, entre fauces del jaguar.
Llegué hasta el filo, umbral, precipicio,
dibujado en el crepúsculo invernal;
oscura cueva, gélido nicho, fin,
soledad desmembrando mil distancias.
Remotas manos, palmas asidas,
acarician cuerpos,
revolotean con juegos de niños;
cometas, pelotas y tambores,
un trinar de quenas, pitos y cañas,
ritual quebrado, cosechas y danzas.
Besos húmedos, raíz y pólenes,
maíz desgranado, agua y molienda,
amaso entre los astros que se comen,
caliente sobre lisos guijarros,
leños y ascuas palpitan en el horno.
Me percibo intensa como un suspiro,
lágrimas sepultadas entre dedos,
dolor de poncho, último sudario,
color del amor no correspondido.
Desde esta alma estremecida, toda yo,
donde acuné la vida doblemente,
Cacica que reinó sin sus terruños,
en hechicerías cosmogónicas,
sagrado enigma, telar de cintura,
huso y rueca de mitos y culturas.
Perfume, matiz, hembra asilvestrada,
fruto de Uruapan y cantos serranos,
columna vertebral que me contiene,
entre la voz, la garganta y la lengua.
Traviesa abeja, ave y mariposa,
flor, rastro de galaxias, constelación,
un profundo volcán adormilado,
en azul sumergida, inmenso mar.
Momentos eternos de conciencia,
volátil me esfumo bajo nubes,
son sentires y el pensar efímero,
fugaz línea, labios descritos
transfiguran muecas en sonrisas.
Lazos, retales; urdí entretejidos,
un tapiz de la manta que me cubre,
colgados recuerdos enjoyados,
con cristales y virutas que invocan
códices de la historia de los tiempos.
Soy tierra que cobija con sus hojas,
bajo techumbres de bosques infinitos,
dando nuez, pan del árbol, frutos,
plumas para el cabello y la mano.
Convertida en serpiente o en gusano,
en el colibrí o el pájaro enjaulado,
perra mansa o loba que nutre,
una osa, o, puma, o, águila domada.
Fui todas ellas en una.
Moneda que retiene su caudal,
alforja de la selva,
mujer de estrecho vientre que respira,
con invisible escudo, prisionera;
pesada cruz de hierro y sus cuchillos.
Traspasé cielos con finas agujas
colgada a cuerdas de códigos,
dulzaina en el sórdido bolsillo,
de esa envuelta túnica prohibida.
Sobre el papel, se ilustró mi historia,
sobre tibias hierbas, desnudos pies,
ocupando otras abarcas talladas de maderos.
Inmutable y grabada en mis células
queda mi huella,
en los muertos y en los vivos.
Sobrepaso trincheras, muros,
alambres que vencen invisibles,
el asalto ensangrentado sin fronteras.
Arrancó mi corazón en el altar
y lo ofrecido en sacrificio a un Dios,
quien se bebió mi mies,
mi sangre y mi canto en un gran trago.
Señora del arca y cetro dorados,
mirando al sol naciente, estoy,
amamanto vestida con oros, cuentas y capa…
después; arrojada vilmente a la laguna
laguna, devora almas del mundo por su boca.
La sal quemó mis hombros y mi espalda,
fuente, frailejón, páramo, estepa;
almíbar, dulce semilla de agua
pétalo desgajando las leyendas,
olvido cercenado con los siglos
en natural estancia de mi risa.
Pino, orquídea, acacia y ceiba.
Tejí, hilo a hilo la vida entre tramas;
se extendió sobre el orbe su gran ajuar,
sobre esta oscura noche y en el cielo,
pinto níveas luces… estrellas.
De norte a sur, bendigo con aguas,
dando nuevos nombres a mis partes.
Aun hoy, señalan calendarios…
son guías de mis días,
son días de mis juegos,
son guías de mis lunas,
son días de mis partos,
son guías de mis cosechas,
son días de mis huesos,
y llegué sin aventura,
siendo vestal enlodada,
del destino hacía origen,
del origen al destino,
espiral circular que me doblega.
Simiente nueva, ajuar de esperanzas,
sapiencia inventada, en rincones,
de esta esfera declarada como planeta,
y sobre el eje en rotaciones inversas de un reloj…
giro sobre el infinito,
así certificaron mi nacimiento.
Un mapa soy, brújula y astrolabio,
ángulo de naves de los siglos,
velas, anclas, puertos y catalejo
hogar, lecho habitado de nuestra casa…
Senos de Madre, leche de luna,
en Madre tierra, principio y origen,
Guaia, Cuatlicue, Nantli y la Pachamama
Bachúe, Ananá, Sipapu en la Kiva.