¡NADIE!

Aquí y allá reaparecen

supuestos animales extintos.

 

Se murmura del regreso de las ranas doradas

y la resurrección de las abejas.

 

Nadie aquí, nadie allá los persigue… ¡Nadie!

 

Miles de especies

celebran el silencio de las calles,

la ausencia de vehículos y voces.

 

No roncan motores… ¡No hay nadie!

 

Bandadas de cóndores

gallitos de roca y guacamayas

tiñen los azules infinitos.

 

Nadie ensucia su aire… ¡Nadie!

 

Pangolines, osos, pumas, y zorros

han retomado bosques, pueblos y ciudades.

 

No hay nadie… ¡Nadie!

 

El Kilimanjaro no puede creerlo

leones, elefantes, hienas y jirafas

alborozan las praderas ausentes de extraños.

 

Nadie los escudriña, nadie los obstruye… ¡N­­adie!

 

Atónitos venecianos ven desde sus alféizares

delfines retozando al frente de San Marcos

y canales relucientes con

cardúmenes de peces y de rayas

 

No hay góndolas ni muchedumbres… ¡Nadie!

 

Hasta los monasterios nipones

abrazados de incienso

se han poblado de venados.

 

Nadie rasga su sagrado silencio… ¡Nadie!

 

El mundo en cuarentena

acaricia su piel en amplia mejoría,

respira profundo y promete enmendarse.

 

Nadie, cumplirá lo prometido… ¡Nadie!

Ritual frente al Sinú

Frente a mis ojos el río

el insondable río huérfano de vida

y  el agua parda que sin prisa avanza

entregándole al mar entre rumores

su lenguaje de sueños inconclusos

Muchos pies recorrieron sus orillas

Cuánta memoria infinita lleva el viento en sus alas

Cuántas huellas intentaron tocarlo y vencerlo

La furia del tiempo no ha podido con él

aunque distinto es el viaje desde que desviaron su cauce

Los pájaros no anidan en los árboles

los ancestros entendieron que sus montículos son nidos de codicia

y viajaron con el sol a cuestas

buscando solitarias piedras  para su reposo

Los hornos de San Sebastián cerraron sus bocas

El barro materia inexorable de las filigranas

con alambre de púas se separa de las manos alfareras

Frente al río lo he visto todo

Hombres y mujeres de profundos surcos en la cara y en las manos

y una mueca de sonrisa triste

Pobreza y riqueza separadas con invisibles líneas que demarcan

La gaita llora esperando sin espera

que devuelvan al viento sus notas con vocación de verso

Todo conmueve frente a

El olvido en el Sinú es una llama que calcina los recuerdos

Matías

Matías… humo espeso

de leña de manglar,

campanazo de trueno.

 

Sin tu baile eres fragata sin vuelo,

bajel sin vela,

ritmo sordo, luz ciega.

 

Baila,

regálanos tu son,

tu risa de leche de cabra.

 

Eres eco del Caribe

y huella de cangrejo.

 

Que se templen los cueros

y suenen maracas y flautas.

 

Danza… Matías,

danza.

El olor del territorio

La escurridiza mariamulata

se posa en su territorio

ese que tú entre le arrebataste a su vuelo

escondida entre las palmas

observa el ritual del café que te acompaña

Te observa y te seduce

bate su cola y salta recorriendo a zancadillas

lo que su memoria le indica

Sabe que tu mutismo no es encantamiento

que es resignación

Sabe que tendrá que alojarte

que compartirá tu sueño

y que su tiquitac menudo sobre las escalas

será en adelante la nota húmeda de tus ojos

que a diario se encontrarán con los suyos

recordándote que ella volvió para sembrarse

en ese paraíso suyo donde te alojas

La escurridiza mariamulata es el rugir del mar

es la colina desde donde salta el tío

es el fuego de tu piel tostada por el sol

es la tinta que corre en tus poemas

es el óleo que humedece tus creaciones

es la presencia de vida

que desde el lustroso negro de sus plumas te regala

Ocarina

Caracol de barro

amasado con silbos.

 

Ocarina sencilla.

¿Quién pulió tu corazón

y afinó tu oído?

 

¿Quién ensoñó tus canciones

forjadas con arcilla blanda

en un tiempo ya ido?

 

¡Aún olvidada en la guaca

jamás callaste!

 

Por tu barro,

la nota,

la huella,

el alma del indio.

MADRE – “BACHUÉ”

Nací del interior del inframundo,

y colgada en lianas mis raíces,

de una flor azul, estrella suspendida,

entre sombras nocturnas del árbol

y bajo una luna roja de sangre.

 

Mis pasos, entre brozas, enmudecen.

Ojos visionarios guiados por cosmos.

En la piel, ungüentos de achote y cacao,

líneas rojas, son caminos que vivo,

ancestros, en una historia alineada,

desde mi sangre a mis pechos descubiertos,

panes o soles al aire de un maizal.

 

Lánguidos se deshilachan cabellos,

con plumas de turpial y papagayo,

esa piel de mono que cobija mi pubis,

tenso el arco de una tripa de cabra.

 

Telar que trabajo con pies, manos,

donde enrosco fiques, hojas y yutes.

Del barro del río cuezo, recuezo,

soplo y resoplo, leños en fogata.

Mi tiempo no se mide,

se consume como agua de paso

por una fuente o por el río.

 

Me albergo despierta casi durmiente

entre instantes de un sueño en letargo,

las nubes, gota a gota me besan las entrañas.

 

Un torrente recorre mis llanuras,

se adormece la luna entre mi pelo,

arrullo columpiado en las pupilas.

 

La oscura noche, es más noche y más negra,

cutis donde luces y cantos son flamas,

flamas son elevadas en el éter.

 

Me alojo casi despierta en mi lecho,

que es vientre que cuelga entre vigas,

miro mil ventanas de colores,

pegadas como estampas y anaqueles,

imagino alas, vuelos jamás hechos.

 

Navegar el tierno río que hiere,

un llanto ciego, sollozos en distancia,

que parten hacia el viaje sin regreso.

No hubo tiempos que inventar en muchos siglos,

ni trépidos relojes exactos,

construidos piedra a piedra con dientes

del conejo, entre fauces del jaguar.

 

Llegué hasta el filo, umbral, precipicio,

dibujado en el crepúsculo invernal;

oscura cueva, gélido nicho, fin,

soledad desmembrando mil distancias.

 

Remotas manos, palmas asidas,

acarician cuerpos,

revolotean con juegos de niños;

cometas, pelotas y tambores,

un trinar de quenas, pitos y cañas,

ritual quebrado, cosechas y danzas.

 

Besos húmedos, raíz y pólenes,

maíz desgranado, agua y molienda,

amaso entre los astros que se comen,

caliente sobre lisos guijarros,

leños y ascuas palpitan en el horno.

 

Me percibo intensa como un suspiro,

lágrimas sepultadas entre dedos,

dolor de poncho, último sudario,

color del amor no correspondido.

 

Desde esta alma estremecida, toda yo,

donde acuné la vida doblemente,

Cacica que reinó sin sus terruños,

en hechicerías cosmogónicas,

sagrado enigma, telar de cintura,

huso y rueca de mitos y culturas.

 

Perfume, matiz, hembra asilvestrada,

fruto de Uruapan y cantos serranos,

columna vertebral que me contiene,

entre la voz, la garganta y la lengua.

 

Traviesa abeja, ave y mariposa,

flor, rastro de galaxias, constelación,

un profundo volcán adormilado,

en azul sumergida, inmenso mar.

 

Momentos eternos de conciencia,

volátil me esfumo bajo nubes,

son sentires y el pensar efímero,

fugaz línea, labios descritos

transfiguran muecas en sonrisas.

Lazos, retales; urdí entretejidos,

un tapiz de la manta que me cubre,

colgados recuerdos enjoyados,

con cristales y virutas que invocan

códices de la historia de los tiempos.

 

Soy tierra que cobija con sus hojas,

bajo techumbres de bosques infinitos,

dando nuez, pan del árbol, frutos,

plumas para el cabello y la mano.

 

Convertida en serpiente o en gusano,

en el colibrí o el pájaro enjaulado,

perra mansa o loba que nutre,

una osa, o, puma, o, águila domada.

 

Fui todas ellas en una.

Moneda que retiene su caudal,

alforja de la selva,

mujer de estrecho vientre que respira,

con invisible escudo, prisionera;

pesada cruz de hierro y sus cuchillos.

 

Traspasé cielos con finas agujas

colgada a cuerdas de códigos,

dulzaina en el sórdido bolsillo,

de esa envuelta túnica prohibida.

 

Sobre el papel, se ilustró mi historia,

sobre tibias hierbas, desnudos pies,

ocupando otras abarcas talladas de maderos.

 

Inmutable y grabada en mis células

queda mi huella,

en los muertos y en los vivos.

 

Sobrepaso trincheras, muros,

alambres que vencen invisibles,

el asalto ensangrentado sin fronteras.

 

Arrancó mi corazón en el altar

y lo ofrecido en sacrificio a un Dios,

quien se bebió mi mies,

mi sangre y mi canto en un gran trago.

 

Señora del arca y cetro dorados,

mirando al sol naciente, estoy,

amamanto vestida con oros, cuentas y capa…

después; arrojada vilmente a la laguna

laguna, devora almas del mundo por su boca.

La sal quemó mis hombros y mi espalda,

fuente, frailejón, páramo, estepa;

almíbar, dulce semilla de agua

pétalo desgajando las leyendas,

olvido cercenado con los siglos

en natural estancia de mi risa.

 

Pino, orquídea, acacia y ceiba.

 

Tejí, hilo a hilo la vida entre tramas;

se extendió sobre el orbe su gran ajuar,

sobre esta oscura noche y en el cielo,

pinto níveas luces… estrellas.

 

De norte a sur, bendigo con aguas,

dando nuevos nombres a mis partes.

 

Aun hoy, señalan calendarios…

son guías de mis días,

son días de mis juegos,

son guías de mis lunas,

son días de mis partos,

son guías de mis cosechas,

son días de mis huesos,

y llegué sin aventura,

siendo vestal enlodada,

del destino hacía origen,

del origen al destino,

espiral circular que me doblega.

 

Simiente nueva, ajuar de esperanzas,

sapiencia inventada, en rincones,

de esta esfera declarada como planeta,

y sobre el eje en rotaciones inversas de un reloj…

giro sobre el infinito,

así certificaron mi nacimiento.

 

Un mapa soy, brújula y astrolabio,

ángulo de naves de los siglos,

velas, anclas, puertos y catalejo

hogar, lecho habitado de nuestra casa…

 

Senos de Madre, leche de luna,

en Madre tierra, principio y origen,

Guaia, Cuatlicue, Nantli  y la Pachamama

Bachúe, Ananá, Sipapu en la Kiva.

EL SAUCE

Marielita y su amor por los sauces    

Solar de la casa

el viento en tránsito vespertino

palpa la herida del vidrio

cruza la ventana rota.

El sauce con nostalgia de manigua

baila en sensación yaraví

-no olvida su rostro de selva-.

Hojas delgadas cantan

la balada de septiembre,

estigmas de rocío

grabaron la suma de sus lágrimas

-un árbol llora,

nadie comprende el llanto vegetal-.

Entre cunas de su tronco

vive el agua de la lluvia

-presiente la próxima sed-.

Laberintos de la cáscara

plegarias zurdas de animales 

rezagados por la estampida del destino.

-Sauce grande, imperfecto

me das sabor a pasado

-eco del silencio-

-voz verde en mi libreta de nostalgias-.

Árbol retorcido… eslabón del tiempo 

en tu sabiduría escondo mis penas.

Animal asustado: payador humilde

el antiguo sauce

me guarda dentro de su corazón.

ARENAS MÓVILES

Feria de Arenas Móviles

joven desierto en febril presencia.

¡El erial canta La Sinfonía del Tiempo!

Torrentes llegan con gravillas

bordadas de espumas y arados.

¡Saben los ríos que un día olvidarán sus cauces!

El mar envía regalos con el tsunami.

Las flores exhiben policromía final.

Piedras embriagadas en los baldíos.

Desiertos los amantes que procrean. 

Arenas movedizas resucitan.

En rumor el Sahara enamorado.

El sol embarazó la tierra

da a luz una dinastía de piedrecillas.

Competencia cruenta por la conversión al polvo

Faltan diez festivales

el yermo cubrirá el planeta

piel de crótalo arropará la muerte.

En carnaval hablará elocuente

el paraíso de Manzana Extinta.

Viva la fiesta de Sed Perpetua.

CICLÓN GALANTE

El cadáver no tiene ataúd

ni esperanza de vida.

¡Que no escape el muerto!                                                      

El espíritu danzó en los aires

se estrelló febril

contra los soles y la lluvia.

El alba teje con paja y saliva

una alcoba entre la rama.

La luna ilumina el lecho

hilado de intemperie.

El pájaro un ciclón galante

de su canto supo la arboleda.                                                             

Murió el gorrión

la montaña llora.

Un pájaro atrapado

-sueña el cazador maldito-.

Vendrá la novia

que tiene sueños de arquitecta.

Que al muerto no lo desintegre una oración.

¡Que no escape el muerto!

Llegó la pájara enamorada.

ESE MAR

Ese mar que contemplo

desde mi otero cósmico

no es el mar de los poetas.

En él no hay caracoles,

ni peces de colores,

no hay playas con mujeres hermosas

ni veleros ni gaviotas.

El mar de este tiempo es diferente.

En lugar de mercantes,

de cruceros fantásticos

y de cables con fibras submarinas,

hay olas negras,

aguas muertas,

los vertederos acaban

con los peces y el plancton.

Muere la vida sin remedio,

como si pintaran de blanco

las células del océano primigenio.

Enfurecido por la ofensa,

las lágrimas de ese mar, años después,

se convierten en aguas congeladas

que sumergen las orillas habitadas

y sepultan las esperanzas de los hombres

de carne y hueso y los monumentos

de su gloria.