Quisiera encontrar
un cielo huérfano
de rascacielos.
(Sin bancos extranjeros)
Ser hallada
entre arbustos
de romero.
Sorprendida
por el idioma
del verde.
Quisiera tener
nombre de ave
para dormir
entre los brazos
de un cedro.
Quisiera encontrar
un cielo huérfano
de rascacielos.
(Sin bancos extranjeros)
Ser hallada
entre arbustos
de romero.
Sorprendida
por el idioma
del verde.
Quisiera tener
nombre de ave
para dormir
entre los brazos
de un cedro.
Si las piedras hablaran
perderían
el embrujo elemental
de su silencio
aquel cifrado enigma
urdido con paciencia
por el tiempo.
Si las piedras hablaran
¿quién iría a contarle
a nuestros huesos
la historia de la tierra
que los guarda?
Tomo del suelo toda su agua –vino de tierra- y la bebo.
Soy árbol, soy flor.
Mis ramas el cielo cubren y todo me afecta.
Miro, palpo y lloro… los recuerdos.
Me veo en la fotografía de una promesa de urbe,
Al borde de amplias calles que hoy no existen,
ecos de mansiones, carruajes y señores.
Mis lágrimas me riegan,
mi propia sal me nutre.
Soy corteza dura, sangre blanca en mis conductos,
las hormigas me recorren.
Soy testigo de una insolencia que no muere,
la moderna arrogancia que me desprecia
Tomo del aire su infinita ambrosía y me arrullo.
Mis raíces ya no se extienden, trato de desprenderme.
En mi frondosa alma me veo creciendo, creciendo,
hacia el vasto jardín de la muerte.
Amanece y el calor matutino avisa
la llegada de un invierno esquivo
que por hacerse rogar
petrifica la vida.
Yo la garza blanca
Guerrera por siglos
de muchas batallas
No consigo un hogar
para dejar mis crías
Tal vez es hora
de borrar mi nombre
tal vez debo aceptar
que este ya no es mi tiempo
tal vez estuve de paso
y mi otrora gloria
es asunto pasado
A un metro bajo el mar la caracola vislumbra la playa
y se aproxima a encallar.
A 10 metros bajo el mar un salmón muere
después de vencer la corriente y depositar su semilla.
A 100 metros bajo el mar
los atunes emprenden su partida hacia las aguas tibias
A 1000 metros bajo el mar
el delfín se prepara para subir y saltar.
A imprecisos metros la fragilidad humana se ahoga.
Cada quien con su destino y a su hondura…
Un gran volumen de mí debe ir a las profundidades
para poder seguir a flote.
Paciente y serena
escucho el rumor de los fermentos
que anuncian el momento de partir
No sé cuánto tiempo será habitable la tierra
no sé si mis hijos sabrán de sus ancestros
tal vez hasta mi sombra de aquí desaparezca
Y de la garza blanca como de muchos otros
solo quede el nombre en un conjunto de viviendas
o en un lujoso hotel para extraños visitantes.
Nunca me sentí asesina
porque no desenfundé un arma
para matar a otros
pero he sido cómplice secreto
de crímenes terribles
de errantes vagabundos
que sin suelo ni recuerdos
como la garza blanca
solo al manglar extrañan.
Quisiera hacerla estatua
y eternizarla en este mundo
pero vagar está en sus genes
y rascando mi cabeza olvido mi embeleco
Amado insecto,
es justo reconocer por fin tu humilde trasegar.
Exótico eres, amante fiel y dedicado.
Hay tanto poder en tus alas y no te ufanas de nada.
En ese volar repleto de polen, ciego de colores,
bajo el influjo de la luz perenne,
con la cabeza acalorada aterrizas justo en el placer.
El néctar de la vida reposa en tu bendito vientre.
El equilibrio es el derrotero de tus días, dulce oficio,
guiado por olores que te arrullan hacia las amapolas,
petunias, girasoles,
malvas, caléndulas y geranios.
Sé muy bien que amas la hierba, hela aquí fresca y silvestre.
Te he visto jugar entre la menta, el romero, y la albahaca,
llegar a las celdas acarameladas para tu deleite.
¡Oh dulce oficio, tan poco valorado!
Ven a mi jardín, abejorro solitario.
Te haré descansar del peso del cosmos,
del silencio hipnótico de tu zumbido.
Dame tu miel y a cambio te ofrezco mi melífera flor,
abeja silvestre,
La naturaleza se inclina ante tu noble y perfecto oficio.
Duro
como la soledad
de las selvas desnudas.
Viejo
como las tribus
que lo aman.
Dolorosamente
derrotado
por aserraderos
y colonos.
Acongojados
-los chamanes-
reclaman tu follaje.
Lo fantasmagórico del paisaje
es la condena por la gracia de ignorarlo
Es el tiempo fatigado que no tiene reposo
el peso que encorva la colina
la ceniza que se adhiere al tronco del árbol
ahogando con un denso manto
su canto de libertad
Solo un camino nos queda
un sorbo de vida y de poesía
un chorro de luz en un tiempo no lineal
que no es antes ni después
Debemos consagrarlo a su cuidado
para que brote la aurora
ayudarlo a extender las alas
acompañarlo en su vuelo
Contra todo pronóstico
renacerá