Amado insecto,
es justo reconocer por fin tu humilde trasegar.
Exótico eres, amante fiel y dedicado.
Hay tanto poder en tus alas y no te ufanas de nada.
En ese volar repleto de polen, ciego de colores,
bajo el influjo de la luz perenne,
con la cabeza acalorada aterrizas justo en el placer.
El néctar de la vida reposa en tu bendito vientre.
El equilibrio es el derrotero de tus días, dulce oficio,
guiado por olores que te arrullan hacia las amapolas,
petunias, girasoles,
malvas, caléndulas y geranios.
Sé muy bien que amas la hierba, hela aquí fresca y silvestre.
Te he visto jugar entre la menta, el romero, y la albahaca,
llegar a las celdas acarameladas para tu deleite.
¡Oh dulce oficio, tan poco valorado!
Ven a mi jardín, abejorro solitario.
Te haré descansar del peso del cosmos,
del silencio hipnótico de tu zumbido.
Dame tu miel y a cambio te ofrezco mi melífera flor,
abeja silvestre,
La naturaleza se inclina ante tu noble y perfecto oficio.