El vecino irresponsable

Como era de costumbre, Franklin salió una mañana para ir al colegio. Era martes, el día estaba muy despejado y una agradable brisa soplaba, haciendo sonar las hojas secas y crujir las ramas de los árboles. Al pasar por delante de la casa de su vecino, se encontró con una desagradable sorpresa. Un montón de basura rebosando del cubo y sin intención de que nadie la recogiese. La empresa de aseo pasaba los lunes, miércoles y viernes, de manera que la noche anterior había pasado. Había un montón de moscas alrededor de la basura y Franklin entendió en ese momento lo que había estado observando durante las semanas anteriores: una plaga de ratones había aparecido en el vecindario sin que nadie encontrase razón aparente. Y ni se diga de tan mal olor que dañaba la deliciosa mañana que estaba antes de eso disfrutando.

A todos les parecía muy raro, porque todas las personas que Vivian por allí eran muy responsables. Recogían la basura cada día y la llevaban al contenedor de la entrada de la urbanización cada noche antes de que pasase el camión. excepto ese vecino que no se preocupaba y que no entendía que no vivía solo, sino en comunidad. Siempre hay que recordar que mis derechos terminan donde comienzan a afectar los derechos de los demás, hay que saber vivir en comunidad.

Otro día, Franklin se encontró un gran charco de aceite del coche de su vecino en mitad del patio y, en otra ocasión, unas botellas vacías que había dejado sin llevar al cubo del reciclaje. Ya eran más frecuentes estas acciones, que todos notaban y no les gustaba para nada dicha actitud.

Franklin acabó perdiendo la paciencia y planeó su venganza, para darle un escarmiento al vecino y dejara de estar contaminando. Una noche, con mucha cautela vació su papelera junto a la puerta del vecino. Este, en vez de cambiar su comportamiento, empezó a hacer las cosas aún peor,   enfurecido por la basura que le estaban colocando ahora en su espacio.  ¿Y es que el que la hace, no le gusta ver que se la hagan!.

Fue entonces cuando el señor, bajaba a la piscina comunitaria y lo dejaba todo lleno de cascos de pipas, sacudía las alfombras en las zonas comunes y nunca limpiaba las cacas de su perro cuando lo sacaba a pasear al jardín. En todos lados encontrabas una huella que indicaba que el muy inescrupuloso pasó por allí.

Franklin pronto se dio cuenta de que no servía de nada ponerse al mismo nivel que una persona que se comportaba de ese modo, ¡no valía la pena! Pensó que lo mejor era charlar tranquilamente e intentar que entendiese las cosas. Así que un día lo invitó a merendar a su casa con su familia. Le sorprendió mucho lo agradable que era aquel hombre que hasta ese momento le había levantado tantos dolores de cabeza. En la mesa, de ves en cuando hacia reír con sus anécdotas y chistes, parecía otra persona.

Su mujer, que le había acompañado a la merienda, le explicó que lo que le pasaba a su vecino es que sufría de grandes pérdidas de memoria. Hacía unos años había tenido un accidente que le había dejado secuelas. Por eso se olvidaba de sacar la basura o de limpiar el aceite del coche. Era difícil de creer, pero era la explicación más lógica a tanta irresponsabilidad con el ambiente e irrespeto con sus vecinos.

De este modo, Franklin se dió cuenta de que todo había sido un malentendido y de que, si desde un principio hubiesen hablado de forma clara en vez de juzgar las malas intenciones de su vecino, habrían solucionado las cosas de una forma muy simple. Al final, aquellos dos vecinos terminaron siendo amigos y siempre se ayudaban el uno al otro a sacar la basura, a barrer las hojas secas del jardín o a sacar a pasear a los perros.

Publicado en Arte Ambiental, Cuentos.